Canillas,
aquella a la que los árabes llamaban “albaida” (la blanca), se levanta
inmaculada sobre una pequeña colina a los pies de las Sierras Tejeda y
Almijara. Es otro de los pueblos que forman parte de la comarca de la Axarquía,
y dentro de ella, se incluye en la denominada Ruta del Sol y del Vino, junto
con Algarrobo, Sayalona, Cómpeta, Torrox, Nerja y Frigiliana.
Que el
pueblo que hoy nos ocupa forma parte de la Ruta del Sol y del Vino es
incuestionable, sólo hace falta que paremos a un lado de la carretera y echemos
un vistazo a la cantidad de casas con paseros que se ven en el paisaje. Todos
ellos, en inclinadas laderas, orientadas estratégicamente, más o menos, hacia
el sur, intentando aprovechar el máximo de calor y horas de sol, requisitos
indispensables para hacer madurar las uvas y convertirlas en dulces pasas, de las
cuales, se extraerá el caldo que tanta fama han dado a esta comarca desde la
antigüedad.
Dejamos la
furgoneta a la entrada al pueblo, próximo a la calle del Llano de la Fuente, y
desde aquí, cámara de fotos en mano, damos comienzo a nuestro recorrido. En una
pequeña plaza dedicada a San Isidro se encuentra el lavadero público
frondosamente decorado con plantas en su interior.
Como viene siendo costumbre en este
tipo de salidas madrugadoras, el desayuno en el bar se está convirtiendo en
todo un ritual. Desayunamos en la terraza de una pequeña panadería situada en
calle Estación, donde también sirven café. Desde aquí, las vistas son
magníficas. Suaves lomas que se suceden con casas y cortijos blancos
diseminados aquí y allá, y con la presencia lejana de la pedanía de Corumbela,
pequeño núcleo poblacional perteneciente al vecino pueblo de Sayalonga, y que
se perfila en el horizonte lejano recortado contra el cielo azul de la mañana.
Desde aquí, se ve la ermita de San Antón y, tras el desayuno, hacia allá nos
encaminamos. A medida que nos aproximamos a ella nos damos cuenta de que se
encuentra en obras. La pequeña plaza donde está ubicada está vallada, en su
fachada se levantan andamios y un gran plástico cubre la puerta de entrada. Qué
le vamos hacer, otra vez será. Descendemos por la carretera salpicada de
árboles de aguacates y disfrutando de las vistas que nos ofrece el valle que
forma a nuestra izquierda el río Cájula. Llegamos al llamado Puente Romano,
levantado para salvar las aguas del río Turvilla. Intentar fotografiar el viejo
y reformado puente, tapado casi por la vegetación que lo rodea,
hace que me vea obligado a extremar la precaución y
caminar por la estrecha acequia que se eleva a unos metros del
lecho del río procurando no tropezar o engancharme con las plantas que invaden dicha acequia.
De ambos lados del puente salen dos antiguas y zigzagueantes calzadas romanas.
Una se dirige a
una zona conocida como El Cerrillo y la otra baja desde
Canillas hasta aquí. Será esta la que nosotros tomemos para visitar el pueblo,
pero antes, nos acercamos a ver un antiguo molino situado a pocos metros de
aquí. Con el paso quedo y tranquilo de todo buen caminante, iniciamos el camino
por la empedrada calzada romana y, poco a poco, comenzamos a ganar altura
agradeciendo que todavía hace sombra en esta parte de la montaña. Llegamos a
las casas del pueblo. La disposición de sus calles, su trazado y las empinadas
cuestas, delatan la influencia morisca de esta localidad. Observamos que sus
habitantes se esmeran en mantener bonitos y coquetos cualquier rincón del
pueblo. Muchas de sus callejas están profusamente decoradas con plantas,
haciendo que el intenso y lustroso verde de las mismas contraste con el
inmaculado blanco de la cal que cubre las fachadas.
Conviene
caminar lento, disfrutando del más mínimo detalle: ese antiguo alero de una
vieja casa, ese pequeño ventanuco en el que dormita una paloma, ese gato
doméstico asomado al pequeño balcón desafiando con “chulería” las leyes de la
gravedad o esas viejas botas de montaña tras las rejas de una ventana y que han
sido recicladas a modo de tiesto para dar cobijo a una planta, son algunos de
los detalles que debemos de ir descubriendo para sacar toda la esencia de
nuestra visita.
Llegamos a la plaza de Nuestra
Señora del Rosario y a nuestra derecha se encuentra la iglesia de Nuestra
Señora de la Expectación, construida entre los siglos XVI y XVII.
La casa que
se levanta a su lado está densamente decorada con plantas, como helechos y
“gitanillas”, mientras que un canario enjaulado pone con su canto melódico una
nota sosegada en la pequeña plaza.
Salimos de
la plaza por calle Hornos y callejeamos por sus calles en sentido ascendente
dejando atrás bellos rincones a nuestro paso.
Al rato, llegaremos a la parte más alta del pueblo, donde se
levanta la blanca y hermosa ermita de Santa Ana. Edificio mudéjar del siglo XVI
construido por los árabes y que les sirvió como fuerte en tiempos de la
reconquista. En su exterior, tres arcos de medio punto protegen la entrada y
que tiene por encima de ésta una hornacina con la imagen de un
crucificado.
Desde esta posición las vistas sobre la sierra son
excepcionales. Tenemos a la montaña conocida con el nombre de “la Maroma”
frente a nosotros, inconfundible con su gran loma redondeada y descubierta de
vegetación.
El tiempo
transcurre casi sin darnos cuenta y debemos de regresar, pero no queremos
hacerlo sin antes visitar el callejón Araceli, que, con aproximadamente un metro
de anchura, es el callejón más estrecho de toda Canillas de Albaida.
La próxima localidad a visitar será Antequera. Hasta entonces pues.